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| Ricardo Rondón |
“Amigo(a)s, después de 26 años ininterrumpidos de laborar en la que fue mi escuela periodística, Diario El Espacio, dejo con nostalgia esta casa editorial. Agradezco a ustedes la colaboración prestada y espero seguir en contacto en próximos proyectos”. Quien escribe esta despedida es Ricardo Rondón, uno de los mejores cronistas y entrevistadores que tenga hoy por hoy la prensa popular en Colombia.
Uno de los más singulares periodísticas que he conocido a lo largo de mi presencia en los medios de comunicación colombianos ha sido Ricardo, el hasta hace pocas horas Editor General (e) de El Espacio. Él supo crear, tener y mantener un estilo original de hacer y escribir desde su atalaya informativa en el impreso que se tambalea hoy cuando llega a su casi medio siglo de existencia.
Fueron más de 26 años de trabajo en el diario sensacionalista más antiguo de Colombia en el que se ripió la información como quien se baila un joropo en un salón de alta alcurnia en el que los bailarines estan acostumbrados a ir de vals en vals sin mayores sobresaltos.
Fue durante más de un cuarto de siglo que ese impreso capitalino contó con la pluma del periodista boyacense más proclive a ocupar una lugar en un siquiátrico que una silla en el Cónclave Vaticano. Creativo, pasional, riguroso, irreverente más todo calificativo aumentativo que le venga como anillo al dedo, ese en Rondón.
Con un problemita adicional: es tan rigurosamente ordenado que -sin exagerar- si fumara sería capaz de organizar la caja de cerillas, guardando las gastadas e inventariando las que le quedan para, con una regla de tres, saber cuantos cigarrillos consume contando una a una las caladas.
Desde su lugar de observación, entre otros la sección de “Mundo Loco” descubrió mucho más allá de lo que unos ojos normales ven, miró con el alma un horizonte expandido el que definió a punta de preguntas y respuestas ayudado por cada uno de sus entrevistados en las más de 6 mil entrevistas que le hizo a personajes tan famosos o anónimos que resultaron siendo unos virtuosos al responder. Aunque tras bambalinas sabíamos que era casi solo achacable a Rondón que con su picarezca genial tuviera el don o la varita de volver genio al más común de los mortales y mortal al más irreverente de los genios.
Rondón ingresó a los medios de comunicación gracias a que el periodista Eduardo Yáñez Canal lo bajo literalmente de una mesa de un metedero de mala muerte donde se desgañitaba declamando poesía para luego abrirle paso en El Espacio. Así empezó el trasegar de ese boyacense dueño de una pluma impecablemente acertada, incorregiblemente irreverente pero sobre todo excesivamente culta pues, todo hay que decirlo, si se pavimentara una calle con los libros que Rondón ha leído bien podría irse ida y vuela de Bogotá a París a pie por una superautopista de doble carril.
Decir que las paredes de su apartamento están pañetadas de libros de abajo a arriba no es una exageración. Entrar a su lugar de descanso es abrirse paso por entre matorrales y matorrales de libros leídos y unos pocos aún guardados en sus bolsas originales y que aún no han sido devorados por su apetito voraz de leer todo cuando se encuentre entre dos tapas de cartón prensado.
Con la partida de Rondón El Espacio pierde la mejor pluma letra a letra que jamás ha pisado esa redacción. Quedando un vacío que nadie podrá llenar ni con todo el oro del mundo y, si lo dijera él, ni con toda la paja del mundo.
Feliz viaje, ¡campeón de campeones!
Héctor Sarasti
