miércoles, septiembre 12, 2012

"CRUCITA TE LLEVARÉ PRESENTE EN MI CORAZÓN"

"Ya me ausento de tu vista
pero yo no se si vuelvo
solo dejo de recuerdo un paseo para crucita
preciosa prenda bonita mi alma queda sin consuelo"


DICEN QUE EN LA MONTAÑA ESTÁ PERDIDO...

"!Cuando viene de la Paz algún amigo
le pregunto si ha visto a Miguel Canales (bis)
Dicen que en la montaña está perdido
que tiene mucho tiempo que no sale (bis)
De su vida, de su vida, no se sabe
porque Migue, en la montaña está perdido (bis)
Dicen que tiene barba como un padre
dicen que tiene el pelo como un indio (bis)
Ay! que le estará pasando al pobre Migue
que tiene mucho tiempo que no sale (bis)
Apuesto a que si sabe que Yo vine
de la montaña sale el pobre Migue
decíle que lo espero aquí en la Paz
que si no viene aquí yo voy allá.
Cuando sigo, cuando sigo preguntando
me dicen que no tiene cuando venir (bis)
Porque se ha convertido en ermitaño
de la montaña no quiere salir (bis)
Me le dicen, me le dicen a Miguel
que se deje, que se deje ver la cara (bis)
Qué si no viene aquí, yo voy por él
antes que se lo trague la montaña.(bis)
Que le estará pasando al pobre Migue
que tiene mucho tiempo que no sale (bis)
Apuesto a que si sabe que Yo vine
de la montaña sale el pobre Migue
decíle que lo espero aquí en la Paz
que si no viene aquí yo voy allá".


lunes, septiembre 03, 2012

“LA FE SON DOS LETRAS LARGUÍSIMAS CUANDO SE ESCRIBEN CON EL CORAZÓN”


 La historia de un inmigrante colombiano que ha vivido en diferentes países y que capea la crisis económica en España como mejor puede, con fe.

Por: Héctor Sarasti
España.

Trascurría mediados de la década de los noventa…

El avión de Iberia se aproximaba a la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional “David Ben-Gurion” de la ciudad de Lod, a escasos 15 kilómetros de Tel Aviv, capital del Estado de Israel, Oriente Medio, y el inmigrante colombiano, que llevaba a cuestas más de 20 horas desde su país natal, Nelson de Jesús Bedoya Tórres mezclaba en su corazón una extraña alegría y una honda tristeza que le devino en un llanto, quedo y sentido, cuando el chiquillo de 9 años que le ayudaba a traducir y rellenar la Tarjeta de Pasajeros para presentarla en Inmigración de dicho aeropuerto le atizó a la cara:
-“¿Adónde llega, señor? ¿Adónde nadie?...”
La afirmación del inocente chiquillo, su compañero de silla, le hizo sentir la ausencia que muchos inmigrantes llevan en el alma, la misma que rebrota -en ocasiones- con más fuerza ante el incierto futuro lleno de vicisitudes que se presume se vendrá encima y que, la mayoría de las veces, no es un llamado a equívoco.
Bedoya se sintió solo, solísimo, pero no por ello menos dispuesto a jugarse el todo por el todo en esa tierra nueva a la que llegaba para probar suerte empleádonse en lo que fuera y con la sana intención de hacerse a unos shequelines, traducidos a dólares, que le permitieran comprar la finca que su abuelo le vendía y alcanzar uno que otro sueño que atisbaba ya en su madurez.
Dejaba atrás un pueblo acurrucado en una ladera de las montañas centrales Colombia llamado Belalcázar, pedacito de él, del que partía entonces para encontrar un mejor presente, atesorar un buen futuro e irse de este Valle de Lágrimas con un poco más de lo que fue recibido. Al menos eso pensaba una vez reunió el dinero para viajar a probar suerte en esa nación que, hoy, pasada casi una veintena de años, y ahora sin residir en ella, lleva en su corazón: Israel.
Después de mil y una peripecia hace pocos meses Bedoya Tórres recorría las calles de Manhatan, Nueva York, (EEUU) buscando la sinagoga judía que hay en esa exclusiva zona, como un reconocimiento a lo dado por el mundo hebreo.
Le quedaron de su estadía en Israel no solo las vivencias sino también su acercamiento a la cábala (del hebreo קַבָּלָה‎ qabbalah, ‘recibir’) , “disciplina y escuela de pensamiento esotérico relacionada con el judaísmo que utiliza varios métodos para analizar sentidos recónditos de Torá (texto sagrado de los judíos, al que los cristianos denominan Pentateuco, y representa los primeros cinco libros de la Biblia cristiana)”.
AQUELLA LUCHA…
Llegado a ese país Nelson de Jesús buscó el amparo de uno que otro conocido que le referenciaron desde su tierra. Ninguno apareció salvo la suerte que tuvo al dar con un argentino que era el portero de un hotel en el que supuestamente se iba a alojar el colombiano a su llegada a Tel Aviv.
“Esto lo cerraron”, le dijo a Tórres que aumentó más su zozobra, sin saber donde dormiría aquella primera noche como inmigrante en un país desconocido. “Si espera yo lo llevo a otro, barato”, le acotó el recién conocido.
Pasó el día y hacia las 7 de la noche salió el improvisado guía quien, al poco rato, le tenía frente al más lustroso cartel que pueda significar todo lo contrario: “Miami Vice”. Rutilante nombre para una pensión que albergaba en su seno una variopinta camada de huéspedes de una pensión cochambrosa.
Lo mismo era un árabe, que un hindú, que sujetos de buenas, malas y ¿qué es costumbre?... maneras. Un universo que le dolió aún más a él, un joven de pueblo, criado de buena manera en un hogar campesino donde si bien no abundaban las riquezas si había un exquisito respeto por las creencias.
No hubo de otra. A dormir allí mientras los días posteriores haría que se fueran en una búsqueda incesante de trabajo. No fue fácil, aún más cuando de los 1.200 dólares debía girar a Colombia 1.000. Dicho y hecho. Se quedó con 200 dólares y la certeza de que si no conseguía trabajo la pobreza no lo iba a alcanzar. ¡lo iba a atropellar!.
Pagados los 20 dólares “Miami Vice” era su vivienda y, en ocasiones, su sitio de infortunio. Como aquella vez que le dio por pedir en la recepción del hotel que le dieran los 200 dólares que había guardado en la caja de seguridad. Los que guardó en su billetera y al lado de sus pertenecías ahí en su cama, una de las tantas que había en ese alcoba colectiva.
Mientras se aseaba vio como un árabe le hacía señas desde una ventana. Lo que no comprendió pero si lo llevó a intuir que algo salía mal con sus cosas. No se equivocaba, su ropa estaba desperdigada por el piso y su dinero ya no era suyo. Lo habían robado. Supo quién y cómo pero ya era tarde. Nada se pudo hacer por recuperarlos.
De allí en adelante conoció el hambre, la soledad, la ausencia de afecto y bebió lágrimas de indefensión. Hasta que la vida le dio un trabajo y después de un tiempo le dio sus primeros 180 dólares de ganancias. Se sintió feliz. De ahí para adelante fue conocer un país y sus grandes ciudades, entre ellas, Jerusalem. “Sentí una alegría inmensa apenas puse un pie en esa ciudad”, dice emocionado Bedoya que, pasados los años reside al sur de España y regenta un locutorio de su propiedad. “Y me da alegría saber de Israel, de haber vivido por varios años allá, de saber a esas personas que son gentes buenas”, dice.
Sus anhelos lo llevaron a España a principios del año 2000. Igual emigró con la esperanza de superarse y con la fe de alcanzar un mundo mejor. Mundo que ha alcanzado con su esfuerzo no en balde ha podido viajar a Viena, Budapest y Praga, ir a las Piramides de Egipto y, recientemente, estar en Nueva York.
 No es un rico, es un hombre que ha luchado con la mejor arma que conoce el hombre: la fe en si mismo. La misma fe que lo lleva a afrontar la brutal crisis económica con la certeza de que vendrán tiempos mejor, tiempos a los que llevaran dos letras "fe que son dos letras larguísimas cuando se escriben con el corazón".

Este locutorio, al este de España, lo ha levantado con esfuerzo y dedicación.



Trabajando en pleno verano.