Por: Héctor
Sarasti
EL COMENTARISTA
Leganes (Madrid) y Villarrubio (Cuenca)
España.
Cubierta Leganés. Historia breve de un reportaje curioso. |
El sofocante y abrazador sol de la media tarde del sábado 18 de agosto se desplegaba al borde de los 40 grados en las solitarias calles de ese distrito de Madrid, España, llamado Leganés. Poco había cambiando el ambiente asfixiante después de recorrer 400 kilómetros desde la costa del Mar Mediterráneo hasta ese poblado obrero de la megaciudad madrileña. El verano era uno solo en los cuatro puntos cardinales de la ‘hispania’ moderna.
-¿Perdone, la Cubierta de Leganés?
-Gire tres rotondas, avance una calle y la verá usted a la izquierda…
La pregunta la hizo este escritor a un joven viandante que se colaba solitario por una de las calles de esta miniciudad obrera de 300 mil personas, poblado que se come implacable Maǧrīţ (en arábe) y que españolizado se lee Madrid que significa: lecho de río o cauce.
Madrid, cruce hace 2 mil años de las dos principales calzadas romanas, es hoy una ciudad de 7 millones de almas venidas de todas las latitudes del mundo y que hacen vida, entre otros muchos sitios, en las empobrecidas barriadas populares debido a la impresionante crisis que agobia esta nación, que ha sido grande entre las grandes al punto de haber sido dueña de medio Estados Unidos. Y que hoy se ahoga en una deuda de mil millones de millones de euros, tan alta que nadie nunca de quienes viven y de muchas generaciones venideras podrán verla pagada…
Sigamos…
La cubierta, un redondel similar a un pequeño estadio, se levantaba imponente, en medio de unas fiestas locales que tenían las calles de Leganés repleta de barreras de toros que descansaban arrumadas a un lado de las principales vías a la espera que la corrida del próximo día las hallara puestas y fortalecidas para deleite y seguridad de los felices tentadores de la muerte encarnada en un toro bravío.
En vista de la imposibilidad de esperar un día para la entrevista, hasta el domingo, regresé de inmediato a mi ciudad de origen y, sobre mi senda y de casualidad, pasé por el sitio donde falleció un viejo conocido de este reportero, Nino Bravo, uno de los cantantes más famosos de España. El sitio: Villarrubio Cuenca.
Paré el coche. Avancé cinco metros y me topé con la inmensa cruz roja que dice: “Nino Bravo”. Leí las cuatro baldosas que hay en el pedestal que sirve de base y que reconocen la grandeza de Luis Manuel Ferri Llopis, como se llamaba en realidad, tres de las cuales fueron donadas por los pueblos que dieron vida a los pocos años que vivió: Aielo de Malferit, donde nació; Villarrubio, donde murió; y Valencia, donde hizo la mayor parte de la vida artística.
Se me vino a la mente una de sus melodías que muchos recordarán y la canté entre dientes:
“Dejare mis tierras por ti
dejare mis campos y me iré
lejos de aquí
Cruzare llorando el jardin
y con tu recuerdos partiré
lejos de aquí
De día viviré pensando en tu sonrisa
de noche las estrellas me acompañaran
serás como una luz que alumbre mi camino
me voy pero te juro que mañana volveré
Al partir un beso y una flor
un te quiero una caricia y un adiós
es ligero equipaje para tan largo viaje
las penas pesan en el corazón
Más alla del mar habrá un lugar
donde el sol cada mañana brille más
Forjaran mi destino las piedras del camino
lo que no es querido siempre quedara
Buscaré un hogar para ti
donde el cielo se une con el mar
lejos de aquí
con mis manos y con tu amor
lograre encontrar otra ilusión, lejos de aquí
El reloj del Ford marcó las una de la madrugada del domingo 19, ingresé al estacionamiento bajo el departamento que ocupo y, después de sumar 900 kilómetros en menos 12 horas de viaje, bajé las dos cámaras digitales, el trípode, un pedazo de toalla con la que me secaba el sudor y una lata de bebida isotónica que llevaba para rehidratarme.
Pensé automáticamente:
-Bueno, otra vez será…
Y rematé, sonriendo:
-… o no…
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